Aprovechando las pocas horas que quedan de San Valentín, aquí esta un one-shot inspirado en esta celebración, espero que les guste (a quienes lo lean por primera vez) y a las que ya lo leyeron, espero que les guste poder volver a hacerlo.
Argumento: Volvía a ser 14 de febrero, y Bella se preparaba para
soportar la "invasión de los corazones" en la cafetería donde trabajaba, pero
¿podría ser que este San Valentín fuera completamente distinto?
Valentine’s Coffee
Bella
observó la decoración del lugar con gesto atónito.
Del techo, de
un desvaído color mantequilla, colgaban decenas de globos con forma de corazón
acompañados de unas cuantas guirnaldas más en distintas tonalidades del sempiterno rosa.
Corazoncitos de papel estaban pegados por todas las paredes de color verde musgo y
también en las mesas, servilleteros y azucareros y en cualquier superficie plana ―y no tan plana― disponible. La pequeña cafetería en la
cual trabajaba por las tardes se había convertido en la «ciudad de los corazones»
Bueno, a
decir verdad, ese día todo era corazones.
San Valentín.
Bella no
podía haber imaginado una celebración más detestable que esa. Todo era flores,
corazones, chocolates y ángeles en pañales, las archiconocidas representaciones
de Cupido y las infaltables declaraciones de «amor eterno» que la gente disfrutaba hacer ese
día. Demasiado.
Y tal vez las
personas pensarían que hablaba desde el
resentimiento de una eterna soltera ―a sus veintiún años―, pues nunca había
tenido un novio o como mínimo una cita para la ocasión. Pero había otra razón,
la castaña creía que esa era una festividad del consumo. Del consumo excesivo. ¿Qué
necesidad había de tanto adorno? ¿Para qué tantas flores, peluches o chocolates
o regalos aun más costosos… si un simple «te amo» era la mejor demostración de amor
que se podía dar?
Al parecer,
iba contra marea, pues todo el mundo pensaba que todos aquellos «gestos» eran más que necesarios. Eran
indispensables.
Bufando de
frustración, al verse con aquel delantal rosa con corazones de diversos tamaños
estampados por toda la tela, tomo su libreta ―nuevamente, rosa― y se dirigió
hacía una mesa en la esquina del local donde era requerida por una pareja joven.
Su jefa era
otra de las amantes de la fiesta del angelito, así que ella como buena
dependienta debía aceptar vestir esa ofensa
a los delantales. Bueno, se dijo, al menos no le había pedido que se vistiera
de rosa como el año anterior.
O que
anduviera con alitas y flechas en forma de corazón como el antepasado.
―Buenas
tardes soy Bella, voy a ser su camarera ¿Qué desean? ―les preguntó con una
sonrisa previamente ensayada.
―Queremos
dos chocolates calientes y dos porciones de la tarta especial de San
Valentín―ordenó la chica, una bonita pelirroja que miraba a su acompañante
mientras hablaba. Jóvenes enamorados…
pensó Bella, de esos tendría que ver un montón ese día.
―Muy bien,
les traigo su orden de inmediato…―les dijo antes de darse la vuelta. La
parejita destilaba amor con solo mirarse.
¡Dios,
demasiada dulzura! Qué bueno que ya no consumía azúcar o si no, no habría manera
posible para que sobreviviera ese día.
¡Ya quería
que fuera quince!
Fue hasta su
puesto tras el mostrador mientras oía como la campanilla de la puerta sonaba
nuevamente, otro cliente o tal vez sería mejor decir clientes. ¿Acaso todas las
parejas de Forks habían decidido ir allí ese día?
Sirvió el
chocolate, en unas lindas tazas de color blanco con corazones al frente, y se
dispuso a cortar las porciones de la tarta. Su jefa, que además de ferviente
fan de San Valentín, era una excelente repostera y había decidido hacer una nueva
creación para la fiesta del amor. Una tarta cubierta de crema y rellena con
salsa de fresas y chocolate. Y decorada con fresas frescas en forma de
¡corazón! Puso todo en una bandeja y fue a entregar el pedido a la adorable pareja que había decidido
besarse justo unos segundos antes. Carraspeo incomoda para hacerles notar su
presencia.
¡Y apenas
llevaba quince minutos de su turno! ¿Cómo soportaría hasta las seis de la tarde
a ese ritmo? Tendría un alza de azúcar en la sangre con tanto amor en el
ambiente. Ya había tenido suficiente aquella mañana, con la llegada inesperada
de los novios de sus dos mejores amigas y compañeras de piso, Alice y Rosalie.
Emmett y
Jasper, los “reyes del romance” habían decidido ir hasta allí, ramos de flores
y peluches de por medio, para “secuestrar” a sus damas durante todo el día,
ellas, obviamente, habían accedido encantadas.
Bella no
esperaba que llegaran hasta el día siguiente. Deshizo su ceño fruncido para
dirigirse hasta otra de las mesas donde era requerida por, como novedad, otra
pareja.
Y el desfile
continuo, ese día había visto de todo. Desde chiquillos de instituto en su
primera cita, ruborizados y nerviosos, hasta parejas de ancianos que aun se
miraban con los ojos brillantes de amor. Suspiro mientras recargaba su cadera
contra la barra, recién tenía un minuto de descanso y lo quería aprovechar.
Dando una
rápida mirada por el local se dio cuenta de que tal vez ―solo tal vez― si
estaba un poco más que resentida con la celebración. Al parecer de todo Forks
ella era la única soltera. Era triste, a decir verdad, que no hubiera nadie para
ella. Desde que había tenido la edad suficiente para interesarse por los chicos
estos nunca se habían acercado a ella, bueno, en realidad ningún chico que le
interesara se había acercado a ella.
Y por ningún chico se refería solamente a uno.
Uno que en
ese momento atravesaba el umbral de la cafetería con pasos comedidos pero, aun
así,elegantes. Su desordenado cabello castaño cobrizo, húmedo producto de la
suave llovizna que caía, sus mejillas siempre pálidas estaban levemente
sonrojadas cuando, sin querer, ambos hicieron contacto visual. Bella se obligo
a apartar la mirada de aquellos expresivos ojos verdes. Suspiro antes de tomar
su libreta y dirigirse hasta la mesa donde se acaba de sentar Edward Cullen, su
antiguo vecino y el muchacho del que estaba secretamente enamorada desde que
tenía doce años.
―Buenas
tardes, soy Bella voy a ser su camarera ¿Qué desea? ―repitió la presentación que
se sabía de memoria. Debía tratar a Edward como cualquier cliente, aun cuando
sus mejillas estuvieran de color escarlata ante su sola presencia.
¡No lo veía
desde las vacaciones de verano cuando él había ido a visitar a sus padres era
razonable que estuviera sonrojada!
Edward se
había ido a Harvard a estudiar Medicina, por lo cual, solo lo veía en los
veranos y en las fiestas de fin de año, a las cuales no había asistido el año anterior, misteriosamente. Le sorprendió verlo allí ese día, pero
no le dio mayor relevancia al asunto. A fin de cuentas ¿importaba?
No sabía por
qué estaba tan emocionada de verlo, después de todo no es que cuando se vieran
sostuvieran largas charlas o cosas por el estilo, con suerte se saludaban.
Bella siempre inventaba excusas para no estar mucho tiempo en el mismo lugar
que él, sentía que podía ponerse en ridículo con mayor facilidad cuando Edward
Cullen estaba cerca. ¡Dios! ¿Por qué tenía que encontrárselo justo ese día? Y
para más… solo, de seguro tenía una cita y definitivamente ella no quería verlo
con otra. ¿Cuánto quedaba para que acabara su turno? Rogaba porque fuera poco o
que como mínimo la acompañante de Edward fuera impuntual.
Lo que
fuera.
No había
notado que Edward le sonreía con calidez.
―Hola,
Bella. Que gusto verte ¿Cómo haz estado? ―inquirió él con naturalidad, sus
mejillas aun seguían levemente rosadas.
―Bien,
gracias… ¿Qué tal tú? ―preguntó, jugueteaba con su pluma sobre una de las hojas
de la libreta, lo que fuera con tal de no mirar a Edward a los ojos.
―Muy bien…
―Es raro
verte en Forks en estas fechas, creí que estabas en la universidad…―no pudo
evitar comentar aquello. La verdad se moría de curiosidad por saber cuáles eran
los motivos que habían llevado a Edward hasta Forks justamente un catorce de febrero.
―Sí, lo sé.
Pero bueno, tenía una cita a la cual no podía faltar…―le respondió.
―Ah…―intentó
que su voz no mostrara nada de lo que sentía. Una cita, sus sospechas eran
correctas, después de todo ¿Qué más podría ser? Edward era el chico más guapo
de todo el pueblo ¿no era obvio que tuviera a alguien especial? ―. Bueno, ¿vas a servirte algo ahora o esperaras a tu
cita? ―inquirió.
―Una taza de
café estaría bien por ahora. Y no sé, una rebanada de pie de limón. Sí, eso
también.
―Muy
bien―dijo la castaña mientras apuntaba el pedido en su libreta―. Dentro de poco
traigo tu orden…―y terminada la frase se volteo de cara a la barra.
Sirvió el
humeante café intentando evitar pensar en quien podría ser la bendita cita de
Edward, se concentro en hacer que el oscuro liquido cayera en la taza y no
fuera de ella y lo logro con éxito. Después cortó una rebanada de pastel, como
era usual puso todo en una bandeja y fue a dejarla en la mesa donde estaba el
chico que le quitaba el aliento.
Él agradeció
su eficiencia con una sonrisa de medio lado que acelero los latidos del pobre
corazón de Bella.
Huyo de su
lado lo más rápido que pudo.
Durante lo
que quedaba de su turno no pudo evitar mirar a cada instante hacía la puerta,
necesitaba saber quién era la persona a la que Edward esperaba. Era enfermizo,
pero debía saberlo. Cuando Lauren
Mallory atravesó la estancia, vestida de manera exuberante y con su cabellera
rubia al viento, Bella pensó que era ella, después de todo, Lauren había hecho
evidente su gusto por Edward durante sus años en la secundaria.
Incluso iba
caminando en su dirección, pero se sentó un par de mesas más atrás.
Ok, ella no
era. Suspiró de alivio.
Pero esa no
fue la primera chica que atravesó el umbral de la pequeña cafetería, más de la mitad de la población femenina que cruzo la puerta de
la cafetería fue escrutada por los expectantes ojos de Bella, y todas pasaban
de Edward, quien para esa hora ya había pedido su tercera taza de café. ¿Tan
impuntual era su cita?
¿Quién en su
sano juicio podía hacer esperar tanto a un hombre así? Ella jamás haría algo como eso, pensó.
Bella se
quitó el horrendo delantal, ya estaba atardeciendo y la leve llovizna de hacia
unas horas había parado. Tomó sus cosas de debajo de la barra, el local
estaba vacío a excepción de Edward quien seguía en su puesto, con la mirada
perdida en el paisaje que se dejaba ver por fuera de la ventana.
―Edward, ya
vamos a cerrar…―le dijo al muchacho mientras se ponía su abrigo. Se sentía algo
mal por él, lo habían dejado plantado y en San Valentín, eso era mucho peor que
su caso.
―Lo sé…―le
respondió él―. ¿Cuánto te debo?
―Oh, lo
había olvidado―la castaña se dio cuenta de que había dejado la libreta con las
ordenes en el mostrador junto al delantal―. En un minuto traigo tu cuenta…―contestó.
Se inclino
sobre la libreta mientras calculaba, cuando alzo la vista Edward estaba frente
a ella en el mostrador. Sonreía y sus mejillas volvían a estar levemente coloreadas.
―¿Sucede
algo, Edward? ―preguntó la chica. Edward asintió y tomó una profunda bocarada
de aire como si se preparara a hablar, sin embargo, el muchacho se mantuvo en
silencio, al igual que Bella que esperaba sus palabras.
Pero no
fueron palabras las que encontró, si no, acciones.
Edward se
acercó a ella de manera rápida e inesperada. Sintió como los labios de él
entraban en contacto con los suyos, dejándola sin aliento producto de la
sorpresa. Ambos se quedaron muy quietos, saboreando la sensación de sentir ese
par de labios ajeno sobre los suyos y de a poco, lentamente, él comenzó a mover
sus labios sobre los inmóviles de la chica quien no necesito más impulso para
acompañarlo en aquella danza.
Acercó
dudosa sus manos hasta los hombros de Edward y desde allí subió sus dedos hasta
entrelazarse en sus cabellos del color del bronce. Él habría deseado estrechar
su cintura entre sus manos, pero con el mesón de pulida madera de por medio
solo pudo contentarse con memorizar cada una de las facciones de una muy
ruborizada Bella.
Cuando se
separaron, después de indeterminables minutos, ambos estaban completamente
sonrojados y sus labios un poco rojos. Sus ojos, sin embargo ―los verdes de él
y los marrones de ella―brillaban con todos sentimientos que ambos contenían
desde hacía años. Aun así, después de
ese beso que dejaba más que claro lo que sucedía, ninguno de los dos se atrevía
a confesar lo que sentía.
Quizá por
miedo a romper el mágico momento, quizá porque aun se sentían tímidos. Vaya uno
a saber. Bella suspiro, y Edward supo que debía actuar.
―¿Qué fue
eso? ―inquirió la castaña con rapidez, antes de que él pudiera pronunciar media
palabra.
―Eso…―dijo
él. Armándose de valor, extendió su mano para volver a acariciar la suave
mejilla de la joven―. Ese beso… es para decirte que te quiero, Bella. Me gustas
mucho y ya no podía aguantarme más. Tenía que decírtelo…
―¿E-Esto es…
real? ―preguntó Bella, concentrándose en expresarse con claridad. Pero era
difícil sintiendo el tacto de Edward sobre su piel.
Él asintió.
―Si…
―P-Pero,
espera… ―le dijo apartándose de su tacto, muy a su pesar―, tú… tú estabas
esperando a alguien, alguien que no llego, no puedes salirme ahora con
esto…―sintió los ojos vidriosos―. No, por favor… no es gracioso―movió la cabeza
de manera negativa.
―Bella,
Bella, Bella…―dijo condescendiente―. Bella, es verdad ¿a quién más podría
esperar? Te quiero, mucho. Ya no podía estar tranquilo… necesitaba decirte lo
que sentía o no iba a poder seguir…
―E-Edward…―susurró
ella para callarlo.
―Bella, por
favor, no me tortures más―pidió―. Sé que es un poco tarde… ―desordenó su
cabello―, pero… ¿querrías ser mi cita en lo que queda de San Valentín?
Ella sonrió
aun pensando que todo era un sueño.
―Si…―le dijo
mientras rodeaba la barra para quedar frente a él, el chico de sus sueños―. Sí,
quiero ser tu cita de San Valentín, Edward…―dueña de una valentía que no creía
poseer, rodeo con sus brazos el cuello de Edward y presiono sus labios nuevamente
contra los de él.
Después de
todo, la fiesta de los corazoncitos no era tan mala, se dijo Bella mientras
disfrutaba de la cálida sensación que le producían los besos de Edward.
No era para
nada mala…
Fin
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