Valentine´s Coffee

martes, 14 de febrero de 2012


Aprovechando las pocas horas que quedan de San Valentín, aquí esta un one-shot inspirado en esta celebración, espero que les guste (a quienes lo lean por primera vez) y a las que ya lo leyeron, espero que les guste poder volver a hacerlo.


Argumento: Volvía a ser 14 de febrero, y Bella se preparaba para soportar la "invasión de los corazones" en la cafetería donde trabajaba, pero ¿podría ser que este San Valentín fuera completamente distinto? 



Valentine’s Coffee

Bella observó la decoración del lugar con gesto atónito.

Del techo, de un desvaído color mantequilla, colgaban decenas de globos con forma de corazón acompañados de unas cuantas guirnaldas más en distintas tonalidades del sempiterno rosa. Corazoncitos de papel estaban pegados por todas las paredes de color verde  musgo y también en las mesas, servilleteros y azucareros y en cualquier superficie plana ―y no tan plana― disponible. La pequeña cafetería en la cual trabajaba por las tardes se había convertido en la «ciudad de los corazones»

Bueno, a decir verdad, ese día todo era corazones.

San Valentín.

Bella no podía haber imaginado una celebración más detestable que esa. Todo era flores, corazones, chocolates y ángeles en pañales, las archiconocidas representaciones de Cupido y las infaltables declaraciones de «amor eterno» que la gente disfrutaba hacer ese día. Demasiado.

Y tal vez las personas  pensarían que hablaba desde el resentimiento de una eterna soltera ―a sus veintiún años―, pues nunca había tenido un novio o como mínimo una cita para la ocasión. Pero había otra razón, la castaña creía que esa era una festividad del consumo. Del consumo excesivo¿Qué necesidad había de tanto adorno? ¿Para qué tantas flores, peluches o chocolates o regalos aun más costosos… si un simple «te amo» era la mejor demostración de amor que se podía dar?

Al parecer, iba contra marea, pues todo el mundo pensaba que todos aquellos «gestos» eran más que necesarios. Eran indispensables.

Bufando de frustración, al verse con aquel delantal rosa con corazones de diversos tamaños estampados por toda la tela, tomo su libreta ―nuevamente, rosa― y se dirigió hacía una mesa en la esquina del local donde era requerida por una pareja joven.

Su jefa era otra de las amantes de la fiesta del angelito, así que ella como buena dependienta debía aceptar vestir esa ofensa a los delantales. Bueno, se dijo, al menos no le había pedido que se vistiera de rosa como el año anterior.

O que anduviera con alitas y flechas en forma de corazón como el antepasado.

―Buenas tardes soy Bella, voy a ser su camarera ¿Qué desean? ―les preguntó con una sonrisa previamente ensayada.

―Queremos dos chocolates calientes y dos porciones de la tarta especial de San Valentín―ordenó la chica, una bonita pelirroja que miraba a su acompañante mientras hablaba. Jóvenes enamorados… pensó Bella, de esos tendría que ver un montón ese día.

―Muy bien, les traigo su orden de inmediato…―les dijo antes de darse la vuelta. La parejita destilaba amor con solo mirarse.

¡Dios, demasiada dulzura! Qué bueno que ya no consumía azúcar  o si no, no habría manera posible para que sobreviviera ese día.

¡Ya quería que fuera quince!

Fue hasta su puesto tras el mostrador mientras oía como la campanilla de la puerta sonaba nuevamente, otro cliente o tal vez sería mejor decir clientes. ¿Acaso todas las parejas de Forks habían decidido ir allí ese día?

Sirvió el chocolate, en unas lindas tazas de color blanco con corazones al frente, y se dispuso a cortar las porciones de la tarta. Su jefa, que además de ferviente fan de San Valentín, era una excelente repostera y había decidido hacer una nueva creación para la fiesta del amor. Una tarta cubierta de crema y rellena con salsa de fresas y chocolate. Y decorada con fresas frescas en forma de ¡corazón! Puso todo en una bandeja y fue a entregar el pedido a la adorable pareja que había decidido besarse justo unos segundos antes. Carraspeo incomoda para hacerles notar su presencia.

¡Y apenas llevaba quince minutos de su turno! ¿Cómo soportaría hasta las seis de la tarde a ese ritmo? Tendría un alza de azúcar en la sangre con tanto amor en el ambiente. Ya había tenido suficiente aquella mañana, con la llegada inesperada de los novios de sus dos mejores amigas y compañeras de piso, Alice y Rosalie.

Emmett y Jasper, los “reyes del romance” habían decidido ir hasta allí, ramos de flores y peluches de por medio, para “secuestrar” a sus damas durante todo el día, ellas, obviamente, habían accedido encantadas.

Bella no esperaba que llegaran hasta el día siguiente. Deshizo su ceño fruncido para dirigirse hasta otra de las mesas donde era requerida por, como novedad, otra pareja.

Y el desfile continuo, ese día había visto de todo. Desde chiquillos de instituto en su primera cita, ruborizados y nerviosos, hasta parejas de ancianos que aun se miraban con los ojos brillantes de amor. Suspiro mientras recargaba su cadera contra la barra, recién tenía un minuto de descanso y lo quería aprovechar.

Dando una rápida mirada por el local se dio cuenta de que tal vez ―solo tal vez― si estaba un poco más que resentida con la celebración. Al parecer de todo Forks ella era la única soltera. Era triste, a decir verdad, que no hubiera nadie para ella. Desde que había tenido la edad suficiente para interesarse por los chicos estos nunca se habían acercado a ella, bueno, en realidad ningún chico que le interesara se había acercado a ella.

Y por ningún chico se refería solamente a uno.

Uno que en ese momento atravesaba el umbral de la cafetería con pasos comedidos pero, aun así,elegantes. Su desordenado cabello castaño cobrizo, húmedo producto de la suave llovizna que caía, sus mejillas siempre pálidas estaban levemente sonrojadas cuando, sin querer, ambos hicieron contacto visual. Bella se obligo a apartar la mirada de aquellos expresivos ojos verdes. Suspiro antes de tomar su libreta y dirigirse hasta la mesa donde se acaba de sentar Edward Cullen, su antiguo vecino y el muchacho del que estaba secretamente enamorada desde que tenía doce años.

―Buenas tardes, soy Bella voy a ser su camarera ¿Qué desea? ―repitió la presentación que se sabía de memoria. Debía tratar a Edward como cualquier cliente, aun cuando sus mejillas estuvieran de color escarlata ante su sola presencia.

¡No lo veía desde las vacaciones de verano cuando él había ido a visitar a sus padres era razonable que estuviera sonrojada!

Edward se había ido a Harvard a estudiar Medicina, por lo cual, solo lo veía en los veranos y en las fiestas de fin de año, a las cuales no había asistido el año anterior, misteriosamente. Le sorprendió verlo allí ese día, pero no le dio mayor relevancia al asunto. A fin de cuentas ¿importaba?

No sabía por qué estaba tan emocionada de verlo, después de todo no es que cuando se vieran sostuvieran largas charlas o cosas por el estilo, con suerte se saludaban. Bella siempre inventaba excusas para no estar mucho tiempo en el mismo lugar que él, sentía que podía ponerse en ridículo con mayor facilidad cuando Edward Cullen estaba cerca. ¡Dios! ¿Por qué tenía que encontrárselo justo ese día? Y para más… solo, de seguro tenía una cita y definitivamente ella no quería verlo con otra. ¿Cuánto quedaba para que acabara su turno? Rogaba porque fuera poco o que como mínimo la acompañante de Edward fuera impuntual.
Lo que fuera.

No había notado que Edward le sonreía con calidez.

―Hola, Bella. Que gusto verte ¿Cómo haz estado? ―inquirió él con naturalidad, sus mejillas aun seguían levemente rosadas.

―Bien, gracias… ¿Qué tal tú? ―preguntó, jugueteaba con su pluma sobre una de las hojas de la libreta, lo que fuera con tal de no mirar a Edward a los ojos.

―Muy bien…

―Es raro verte en Forks en estas fechas, creí que estabas en la universidad…―no pudo evitar comentar aquello. La verdad se moría de curiosidad por saber cuáles eran los motivos que habían llevado a Edward hasta Forks justamente un catorce de febrero.

―Sí, lo sé. Pero bueno, tenía una cita a la cual no podía faltar…―le respondió.

―Ah…―intentó que su voz no mostrara nada de lo que sentía. Una cita, sus sospechas eran correctas, después de todo ¿Qué más podría ser? Edward era el chico más guapo de todo el pueblo ¿no era obvio que tuviera a alguien especial? ―. Bueno, ¿vas a servirte algo ahora o esperaras a tu cita? ―inquirió.

―Una taza de café estaría bien por ahora. Y no sé, una rebanada de pie de limón. Sí, eso también.

―Muy bien―dijo la castaña mientras apuntaba el pedido en su libreta―. Dentro de poco traigo tu orden…―y terminada la frase se volteo de cara a la barra.

Sirvió el humeante café intentando evitar pensar en quien podría ser la bendita cita de Edward, se concentro en hacer que el oscuro liquido cayera en la taza y no fuera de ella y lo logro con éxito. Después cortó una rebanada de pastel, como era usual puso todo en una bandeja y fue a dejarla en la mesa donde estaba el chico que le quitaba el aliento.

Él agradeció su eficiencia con una sonrisa de medio lado que acelero los latidos del pobre corazón de Bella.

Huyo de su lado lo más rápido que pudo.

Durante lo que quedaba de su turno no pudo evitar mirar a cada instante hacía la puerta, necesitaba saber quién era la persona a la que Edward esperaba. Era enfermizo, pero debía saberlo. Cuando Lauren Mallory atravesó la estancia, vestida de manera exuberante y con su cabellera rubia al viento, Bella pensó que era ella, después de todo, Lauren había hecho evidente su gusto por Edward durante sus años en la secundaria.

Incluso iba caminando en su dirección, pero se sentó un par de mesas más atrás.

Ok, ella no era. Suspiró de alivio.

Pero esa no fue la primera chica que atravesó el umbral de la pequeña cafetería, más de la mitad de la población femenina que cruzo la puerta de la cafetería fue escrutada por los expectantes ojos de Bella, y todas pasaban de Edward, quien para esa hora ya había pedido su tercera taza de café. ¿Tan impuntual era su cita?

¿Quién en su sano juicio podía hacer esperar tanto a un hombre así? Ella jamás haría algo como eso, pensó.

Bella se quitó el horrendo delantal, ya estaba atardeciendo y la leve llovizna de hacia unas horas había parado. Tomó sus cosas de debajo de la barra, el local estaba vacío a excepción de Edward quien seguía en su puesto, con la mirada perdida en el paisaje que se dejaba ver por fuera de la ventana.

―Edward, ya vamos a cerrar…―le dijo al muchacho mientras se ponía su abrigo. Se sentía algo mal por él, lo habían dejado plantado y en San Valentín, eso era mucho peor que su caso.

―Lo sé…―le respondió él―. ¿Cuánto te debo?

―Oh, lo había olvidado―la castaña se dio cuenta de que había dejado la libreta con las ordenes en el mostrador junto al delantal―. En un minuto traigo tu cuenta…―contestó.

Se inclino sobre la libreta mientras calculaba, cuando alzo la vista Edward estaba frente a ella en el mostrador. Sonreía y sus mejillas volvían a estar levemente coloreadas.

―¿Sucede algo, Edward? ―preguntó la chica. Edward asintió y tomó una profunda bocarada de aire como si se preparara a hablar, sin embargo, el muchacho se mantuvo en silencio, al igual que Bella que esperaba sus palabras.

Pero no fueron palabras las que encontró, si no, acciones.

Edward se acercó a ella de manera rápida e inesperada. Sintió como los labios de él entraban en contacto con los suyos, dejándola sin aliento producto de la sorpresa. Ambos se quedaron muy quietos, saboreando la sensación de sentir ese par de labios ajeno sobre los suyos y de a poco, lentamente, él comenzó a mover sus labios sobre los inmóviles de la chica quien no necesito más impulso para acompañarlo en aquella danza.

Acercó dudosa sus manos hasta los hombros de Edward y desde allí subió sus dedos hasta entrelazarse en sus cabellos del color del bronce. Él habría deseado estrechar su cintura entre sus manos, pero con el mesón de pulida madera de por medio solo pudo contentarse con memorizar cada una de las facciones de una muy ruborizada Bella.

Cuando se separaron, después de indeterminables minutos, ambos estaban completamente sonrojados y sus labios un poco rojos. Sus ojos, sin embargo ―los verdes de él y los marrones de ella―brillaban con todos sentimientos que ambos contenían desde hacía años.  Aun así, después de ese beso que dejaba más que claro lo que sucedía, ninguno de los dos se atrevía a confesar lo que sentía.

Quizá por miedo a romper el mágico momento, quizá porque aun se sentían tímidos. Vaya uno a saber. Bella suspiro, y Edward supo que debía actuar.

―¿Qué fue eso? ―inquirió la castaña con rapidez, antes de que él pudiera pronunciar media palabra.

―Eso…―dijo él. Armándose de valor, extendió su mano para volver a acariciar la suave mejilla de la joven―. Ese beso… es para decirte que te quiero, Bella. Me gustas mucho y ya no podía aguantarme más. Tenía que decírtelo…

―¿E-Esto es… real? ―preguntó Bella, concentrándose en expresarse con claridad. Pero era difícil sintiendo el tacto de Edward sobre su piel.

Él asintió.

―Si…

―P-Pero, espera… ―le dijo apartándose de su tacto, muy a su pesar―, tú… tú estabas esperando a alguien, alguien que no llego, no puedes salirme ahora con esto…―sintió los ojos vidriosos―. No, por favor… no es gracioso―movió la cabeza de manera negativa.

―Bella, Bella, Bella…―dijo condescendiente―. Bella, es verdad ¿a quién más podría esperar? Te quiero, mucho. Ya no podía estar tranquilo… necesitaba decirte lo que sentía o no iba a poder seguir…

―E-Edward…―susurró ella para callarlo.

―Bella, por favor, no me tortures más―pidió―. Sé que es un poco tarde… ―desordenó su cabello―, pero… ¿querrías ser mi cita en lo que queda de San Valentín?

Ella sonrió aun pensando que todo era un sueño.

―Si…―le dijo mientras rodeaba la barra para quedar frente a él, el chico de sus sueños―. Sí, quiero ser tu cita de San Valentín, Edward…―dueña de una valentía que no creía poseer, rodeo con sus brazos el cuello de Edward y presiono sus labios nuevamente contra los de él.

Después de todo, la fiesta de los corazoncitos no era tan mala, se dijo Bella mientras disfrutaba de la cálida sensación que le producían los besos de Edward.

No era para nada mala…
Fin

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