2
Al amparo del deseo
Había sido una locura abandonar furtivamente el salón de los Hale, y era casi
demencial encontrarse caminando por los pasillos de la residencia. Isabella ya
no confiaba de su sanidad mental cuando su mano derecha se encontró con la
majilla de la puerta de la biblioteca.
Hiciste un trato con él, se recordó mentalmente para infundirse valor.
Valor que no poseía pues en aquellos instantes sus piernas temblaban como
gelatina. Giro la perilla y se interno en la biblioteca, el lugar estaba en
penumbras apenas iluminado por la lumbre escasa que ardía casi sin fuerzas en
la chimenea. Él estaba allí, de cara al fuego, su figura alta y esbelta se
recortaba contra las sombras con magnificencia.
Se giro para encararla antes de que ella diera la más mínima señal de su
presencia, en sus ojos ardía una clase de fuego muy distinta a del que se extinguía
en la chimenea. Deseo.
―Isabella…―pronunció recorriendo su cuerpo envuelto en aquel vestido de
muselina azul―, ¿te he dicho ya que el azul resalta de manera sobrecogedora la
tonalidad de tu piel?
Ella negó. A decir verdad, apenas habían intercambiado palabras, antes y
después de su encuentro en la residencia del noble.
―Recuérdame hacerlo más seguido―le dijo y ella asintió.
Ninguno de los dos se movió, permanecieron allí, a escasos metros de
distancia mirándose en la penumbra de la noche. Isabella sabia cuan peligroso
era encontrarse allí, sola en una habitación con el hombre que le había dicho
se pagaría con ella el haber devuelto todo a su padre, y aun así, una sensación
diametralmente opuesta al miedo era la que dominaba sus sentidos.
Lord Masen era apuesto, misterioso… y sumamente peligroso. Sus ojos eran como dos esmeraldas que refulgían en la
penumbra, su piel era blanca y se adivinaba tersa al tacto. Su cabello, siempre
prolijamente peinado tenía una tonalidad cobriza que dejaba adivinar una ascendencia
irlandesa muy bien oculta. Su cuerpo… su cuerpo era ver una de aquellas
esculturas pertenecientes al Partenón griego, claro que cubierta de ropas a
medida que se adaptaban a cada plano, a cada musculo, que al igual que aquellas
estatuas, parecía estar hecho a mano por escultores dedicados.
―Acércate―le dijo con voz grave sacándola de su estudio, la muchacha se
encamino a él no sin cierta vacilación. ¿Él no iría a cobrarle justamente
ahora, no? ¿Allí… donde cualquiera podía entrar?
―Lord Masen… no creo que esto sea lo más apropiado―le dijo deteniéndose a
escasos pasos de él.
Edward no le hizo caso y se adelanto para tomarla de los hombros, las
yemas de sus dedos resiguieron el contorno de las clavículas de la muchacha
provocándole un escalofrío. Ella cerró los ojos ante la caricia.
―Shh… recuerda que eres mía
¿acaso lo haz olvidado? ―le preguntó, y ella negó―. No lo olvides―susurró
acercando su nariz al hueco de su garganta―, me perteneces desde que decidiste
irrumpir en mi propiedad reclamando aquellos documentos.
Su recta nariz resiguió la curvatura de su cuello, subiendo y bajando con
lentitud por unos instantes. Él suspiro antes de alejarse unos centímetros de
ella, pero no rompió del todo su contacto, sus fuertes manos apresaron la
esbelta cintura de la jovencita.
―¿Sabes que quiero hacer precisamente ahora, Isabella? ―le preguntó él con
voz sugerente. Ella negó, los deseos de lord Masen eran un total misterio para
ella―. Quiero besarte―le respondió―,
quiero conocer el sabor de tus labios…
Sin dejarla siquiera procesar el significado de sus palabras, Edward la
acercó más a él, haciendo desaparecer la distancia entre sus cuerpos. Y sus
labios finos tomaron posesión de los de Isabella. Su boca hizo presión contra
la de la joven, quien fue incapaz de reaccionar, estaba siendo besada, por lord
Masen, en medio de una biblioteca a oscuras y con todas sus amistades a unos
salones de distancia. Sin lugar a dudas, la suya era una situación sumamente
comprometedora.
Edward movió sus labios sobre los suyos coaccionándola a separarlos y ella
no pudo negarse, no pudo resistirse ni al embrujo de sus labios, su aliento
―levemente mentolado y condimentado con el brandy que había estado bebiendo― se
coló en la boca de la muchacha a la vez que sus labios se movían con premura
urgiéndola a separar más los suyos, a aumentar el contacto, a aumentar el ritmo
hasta volverse frenético.
Isabella sintió como los latidos de su corazón se aceleraban y como la
temperatura de su cuerpo aumento de pronto, sus brazos, que antes colgaban
inertes a los lados de su cuerpo cobraron vida propia y se enrollaron en el
cuello de Edward y jugaron con los cortos mechones de cabello que rozaban el
cuello de su camisa. Él aumento el agarre de una de sus manos en su cintura
mientras que la otra descaradamente le acariciaba el costado ascendiendo
peligrosamente a la curvatura de su pecho izquierdo.
Sus labios bajaron con peligrosa lentitud por la curva de su cuello, a la
vez que sus manos se aventuraban a sus pequeños y redondos pechos, Isabella
soltó un suspiro que más pareció un gemido. Y se aterro de las reacciones de su
propio cuerpo, soltó sus manos del cuello del hombre y se echo hacia atrás,
contrario a lo que pensó, él la dejo ir de inmediato.
Las agitadas respiraciones de ambos fue lo único que se oyó en aquella
sala durante unos cuantos minutos.
Apenas recupero parte de su compostura se dirigió con pasos rápidos hacia
la puerta de la biblioteca esperando de todo corazón que Edward no la siguiera.
Y así fue.
Apoyo su espalda contra una de las paredes del pasillo buscando que su
respiración volviera a un ritmo normal, una de sus manos estaba apretada contra
su pecho sintiendo los latidos desbocados de su corazón contra su palma.
Acababa de recibir su primer beso.
Una sonrisita curvo sus labios, y se llevo una mano hacia ellos para
comprobar su estado, estaban hinchados y aun cálidos, los labios de Masen
habían estado sobre ellos hacia tan solo unos minutos. Un suspiro escapo de sus
labios. Su primer beso. Nada ―ni siquiera las novelas góticas que leía a
escondidas junto a Rosalie― la habría preparado para semejante arrebato de
sensaciones, nada le habría hecho presagiar el grado de pasión que podía
contener un beso…
El beso de un hombre
que la veía como mercancía de intercambio, se recordó intentando apaciguar su
repentino arranque de romanticismo. Dejo escapar el aire por entre sus labios y
se dirigió de vuelta hacia el salón esperando que nadie hubiera advertido su
prolongada ausencia.
Y por supuesto, esperando que nadie la hubiera relacionado con la también
prolongada ausencia de lord Masen.
A la mañana siguiente Isabella se despertó algo agitada, su mente se había
recreado reproduciendo aquel apasionado beso en cada uno de sus sueños a lo
largo de toda la noche, y algo le hacía presagiar que ni siquiera durante el
día podría olvidar aquello.
Salió de la cama con pereza y se dirigió tras el biombo de que había junto
a su armario para realizar sus abluciones matinales. Se vistió con un vestido
simple de andar por casa color lavanda y dejo su habitación para encaminarse al
comedor, su padre ya se encontraba sentado a la cabeza de la mesa, el periódico
lo ocultaba de la vista de cualquiera. La mesa ya estaba dispuesta y como era
de esperar ―después de una noche de baile― su madre aun no despertaba. Isabella
tomo asiento y se preparo en desayunar luego de haberle deseado los buenos días
a su padre, quien le dedico un movimiento de cabeza a modo de exiguo saludo.
Durante todo el desayuno una imagen se repitió una y otra vez en su mente
ocasionando que en más de una ocasión derramara algo de té o soltara sin querer
el cuchillo mientras untaba mantequilla a los panecillos calientes. Buscando un
modo de distraerse ―y alejar las lujuriosas imágenes de su mente― decidió salir
a dar un paseo acabado el desayuno.
Cuando salió minutos más tarde, ataviada de su chaquetilla color marrón y
su sombrero estaba determinada a vagar simplemente por los alrededores de la
propiedad, pero sus pasos poco a poco la fueron alejando de los límites de la
hacienda, solo fue consciente de ello cuando atravesaba el sendero del bosque
que llevaba directamente a la propiedad de lord Masen.
Regañándose mentalmente por la dirección que estaba tomando su paseo, se
dirigió al abeto más cercano y apoyo su espalda contra él. ¿Tan trastornada
había quedado por un solo beso? ¿Qué más sucedería cuando él…? Sacudió su
cabeza. ¿Qué era lo que pretendía Edward Masen con ella? a fin de cuentas nunca
había dejado claro cuáles eran sus intenciones, aunque por el tono en que había
dicho que ella le pertenecía era bastante sencillo averiguar hacia donde estas
se dirigían.
Él la quería a ella…
Tal vez debería hablar con su padre, buscar una solución. Él podría
mandarla lejos con la tía Mirtle a Devonshire… pero entonces Mansen le
reclamaría todo el dinero que él le adeudaba y que obviamente no poseía. Y les
quitaría todo, o peor, su padre iría a parar a la cárcel de deudores en
Londres. Se estremeció. No podía hacer eso, simplemente debía resignarse a
obedecer los deseos del vizconde―fueran cuales fueran estos―. Pero ¿qué era lo
que él quería en realidad?
Una rama se rompió bajo el peso de una bota y el ruido que esta produjo la
hizo saltar del susto. Rápidamente miro hacia un costado, resiguiendo el mismo
sendero que ella, nada más que del lado contrario, se encontraba lord Masen.
Una escopeta en la mano izquierda y un perro perdiguero correteando a su lado.
¿Estaba cazando tan cerca del sendero? ¿Acaso estaba demente? Alguien podría
estar pasando por el camino y él ¡con un arma!
―Señorita Isabella―saludó él, con fría cortesía, ella había esperado que
la llamara Isabella como siempre que se encontraban a solas, pero después se
dijo que tal vez él no lo había hecho aun porque estaba esperando confirmar que
precisamente ella se encontraba sin compañía.
―Lord Masen―le respondió con una inclinación de cabeza.
―¿Qué hace usted en mi propiedad… y a solas? ¿Intenta robar algo más? Le
recuerdo que la última vez que lo intento, termine siendo su dueño, no sé qué
pretenderá ofrecer esta vez pero estoy abierto a lo que pueda ofrecerme―le dijo
sardónico y ella deseosa le habría sacado la lengua, si no hubiera recordado
como las suyas se entrelazaron en aquel erótico beso la noche anterior. El
rubor ascendió a sus mejillas apenas estos pensamientos se colaron en su mente.
―Es usted un bribón de lo peor―le replico ella con la barbilla en alto,
altanera.
―La única bribona que veo aquí es usted, Isabella.
―No soy ninguna bribona…
―¿Ah no? Entonces ¿cómo llamaría usted a alguien que invade la propiedad
privada de un inocente de noche para robarle?
―No se considera robo si uno va a recuperar algo que le pertenece por
derecho.
―Gane aquellas propiedades en un juego limpio…
―Apostando…
―Da igual, las gane.
―Y yo se las gane de vuelta.
―Pero no precisamente apostando, lindura―le
dijo y ella se estremeció.
Isabella bufó y se dirigió a grandes zancadas hacia el sendero de vuelta a
su casa.
Una melodiosa carcajada se dejo oír a lo lejos. Y
ella se enojo consigo mismo por la calificación que le había dado a la risa de
semejante individuo.
0 comentarios:
Publicar un comentario