Prólogo
Hampshire, Inglaterra.
1859.
Él la miro con ferocidad, sus ojos se veían negros, tan profundos como la
noche desafiando a las orbes chocolate de ella.
Contrario a lo que pensó, Isabella no retiro la mirada atemorizada ni nada
por el estilo, en realidad, hizo justamente lo que él no se esperaba: le
sostuvo la mirada en actitud desafiante, la fina barbilla alzada y los ojos
centellantes, casi amenazantes.
―Voy a preguntarlo una vez más ¿qué-esta-haciendo-aquí? ―inquirió él con
voz pausada, aun así, la tensión estaba impresa en cada una de sus palabras. Al
igual que la rabia.
―Vine a recuperar lo que es mío―replicó la impertinente muchacha, hizo
caso omiso a los movimientos del hombre que la acorralaron con mayor ahínco
contra la pared. Pudo sentir cada plano de su cuerpo contra las curvas del de
ella y se estremeció, espero que Edward no lo hubiera notado, pero aquello
parecía imposible debido a la posición en la que se encontraban.
―Aquí no hay nada que le pertenezca, señorita Swan―dijo él con voz aun más
pausada y casi gutural, su boca acercándose peligrosamente a la de ella―. Absolutamente
nada…―susurró dejando que su aliento se colara por entre los labios
entreabiertos de la castaña que volvió a estremecerse, pero por una sensación
diametralmente distinta al miedo.
―Claro que si lo hay―le respondió, alzó más la barbilla, teniendo mucho
cuidado en mantener la nimia distancia entre su rostro y el del vizconde Masen―, he venido para que me devuelva los documentos que mi padre le entrego
esta tarde.
―Me temo que eso es imposible, señorita Swan―replicó él, no le paso
desapercibido el aumento de la presión de las manos del hombre contra su
cintura, aun por encima de capas y capas de tela se creyó capaz de sentir la
calidez de su palma. Ardía―. Charles
Swan perdió las escrituras de su hacienda en un juego de cartas completamente
legal…
―Las apuestas en las cartas están prohibidas―discutió ella.
Edward le dedico una sonrisa de medio lado en extremo picara y… seductora.
―Exactamente…
La muchacha bufó y su cálido aliento ―fresas y tal vez un poco de coñac de
después de la cena― golpeo de lleno el rostro del vizconde enviando una oleada de
deseo a lo largo de su columna vertebral.
―Hare lo que sea, pero por favor, devuélvale a mi padre sus propiedades,
si no las tiene de vuelta… se volverá loco, estamos en la ruina, la casa es lo
único que nos quedaba, mi lord. No puede hacernos esto, usted es un hombre
bondadoso, lo he visto…―prosiguió ella―, siempre ha sido muy amable con sus
inquilinos y con la gente de la comunidad.
―Charles Swan me debe demasiado dinero―se limitó a responder Edward―. Soy
un hombre bondadoso, pero no estúpido, señorita Swan.
―Se le abonara lo que se le debe, pero por favor… devuélvame la propiedad.
Él negó con la cabeza.
―¿Qué quiere que haga para convencerlo? ―preguntó la muchacha, en su voz
se abrió paso parte de la desesperación que se negaba a mostrar con sus
acciones.
Una sonrisa ladina se poso en los labios de Edward a la vez que este se
separaba un poco de la intrusa para acariciarse la barbilla con una de sus
manos, Isabella Swan acababa de pronunciar la pregunta que él estaba esperando
que hiciera desde que la atrapo ingresando furtivamente al salón de su
residencia privada en medio de la noche.
―Pensé que nunca lo preguntaría…―dijo con voz tan grave y seductora que
Isabella no pudo evitar tragar saliva. Toda aquella idea de entrar furtivamente
a la casa del vizconde Masen para recuperar lo que su padre había perdido en
una partida de cartas se le presento al fin como lo que era: un plan sumamente
estúpido y descabellado. ¿Cómo pudo siquiera pensar que aquello daría
resultado?
―¿Q-Qué pretende…?―se permitió preguntar.
―Digamos que yo acepto devolverle las propiedades a su padre―dijo el joven
duque caminando frente a ella, como si la estuviera acechando, en realidad,
Bella estaba segura de que eso era lo que él estaba haciendo. Acechándola, intimidándola, pero no le
ganaría, ella era una mujer de carácter―, en ese caso, su familia aun seguiría
en deuda conmigo…
―¿Y con que pretende cobrarse?
―Bueno, vista y considerando que usted esta tan interesada en recuperar lo
que yo gane legítimamente en una apuesta…―Isabella soltó una risa irónica ante
sus palabras―. Tómelo como usted quiera, señorita Swan, el punto es que esas
propiedades han pasado a ser mías, pero si usted las quiere de vuelta, yo
estaría más que dispuesto a hacer un canje si la mercancía a cambio―dijo
acercándose peligrosamente a sus labios―… es valiosa―pronunció antes de alejarse tan rápido como se había
acercado, la castaña notó que inconscientemente se había inclinado hacia él.
―Hable claro, milord, ¿qué quiere por devolverme la propiedad?
Edward sacudió la cabeza a la vez que una sonrisa coronaba sus labios,
para ser una persona que acababa de encontrar a alguien entrando furtivamente a
su propiedad para robarle estaba de un excelente humor.
―Tengo frente a mis ojos lo que quiero cobrarme, señorita Swan―pronunció.
Bella trago saliva. Debió haberlo sospechado, después de todo, la fama de
mujeriego de Edward Masen era toda una institución, tanto o más conocida que su
propio título de vizconde.
―¿U-Usted pretende abusar de mi
a cambio de unos papeles…?
Él negó.
―Claro que no criatura, expresándolo de ese modo me hacer quedar como un
monstruo.
―Lo que usted se propone es una monstruosidad, mi lord. Intercambiar mi
cuerpo por… por una propiedad, es denigrante.
―No hay nada denigrante en lo que pretendo hacer contigo, Isabella―era la
primera vez que él pronunciaba su nombre de pila y Bella pensó que su nombre
nunca se había escuchado mejor que en los labios de aquel bribón vestido a la
última moda.
―Está bien―dijo ella, tragándose su orgullo. Llevo sus pequeñas manos hasta
los nudos que mantenían su capa sobre sus hombros y comenzó a aflojarlos, la
tela cayó al suelo con parsimoniosa lentitud―. Hágalo de una vez, acepto.
Edward camino hacia ella, la muchacha no pudo evitar cerrar los ojos
anticipándose a lo que sucedería a continuación, pero no sucedió lo que
esperaba, el vizconde se agacho y recogió la capa del suelo y la puso en sus
manos. Ella abrió los ojos y lo miro sin comprender. Pero él no le dio
respuesta alguna y camino hacia el escritorio que estaba ubicado más atrás en
la habitación, Isabella escucho como abría uno de los cajones de este. Al cabo
de unos instantes el hombre volvió, un documento de pesado papel color marfil
en sus manos, lo extendió hacia ella que lo recibió vacilante. Sus ojos
castaños expresaron sin necesidad de palabras todas las preguntas que en esos
momentos poblaban su mente.
―Ahí están, he cumplido con mi parte del trato―dijo
Edward fijando sus ojos verdes en ella―, cuando usted cumpla la suya esta aun
por verse…―acabo con una sonrisa de medio lado, misteriosa e inquietante.
1 comentarios:
Me gusto mucho, espero poder seguir leyendo, me alegro de que estés de vuela al mundo loco de publicar xD
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