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Día de campo
Edward saboreó la sensación de tener a Isabella en su poder, el placer que
le producía la simple idea superaba con creces el que experimentaba al beber
aquel brandy añejado durante décadas.
Apoyo la copa en la mesa junto al sillón y se recostó contra el respaldo.
Una sonrisa surco sus labios. Isabella pensaba que él era un detestable bribón
que lo único que deseaba era mancillar su honor, aquello era casi
caricaturesco.
Ella estaba muy equivocada, sumamente equivocada. Él no buscaba eso, para
nada, él la quería, si, la quería, pero no para satisfacer sus más bajos
instintos.
Él la quería para algo más, quería que fuera su esposa.
La vizcondesa de Masen. Quería llenarla de
joyas y atenciones, y darle el lujo de mandar todas y cada una de sus
propiedades. Quería darle todo.
Podría haber ido simplemente directamente a hablar con Charles Swan y
decirle que quería la mano de su hija en matrimonio, los siete años de
diferencia entre él y la muchacha en cuestión no sería inconveniente alguno para
la familia sabiendo de antemano la fastuosa renta que él poseía. Incluso, si se
miraba de manera objetiva el enlace no era nada beneficioso para alguien de su
altura. Pero aquello no tenía la más mínima importancia.
Él la quería a ella.
Desde que había llegado a Hampshire meses atrás se había sentido atraído
por aquella inquieta jovencita de cabello castaños y escrutadores ojos
chocolate. Más no fue hasta aquella noche en que la vio entrar clandestinamente
a su propiedad, decidida a hacerse con lo que por derecho consideraba suyo, que
se dio cuenta de la magnitud de sus sentimientos por aquella salvaje flor
inglesa.
La amaba, profunda y apasionadamente. Nunca antes había conocido a una
mujer como ella, capaz de desafiar con tan ímpetu la autoridad, solo por hacer
justicia.
Sin duda Isabella era toda una joya. Una joya que él quería tener en su
haber cuanto antes.
Edward se levanto de su asiento y salió de su estudio rumbo a la
biblioteca, lugar donde su amigo Emmett le había dicho que pasaría la mañana,
acaba de surgir un plan en su mente y lo mejor sería que lo llevara a cabo
cuanto antes.
Una hora después, lord Masen y el señor McCarthy se dirigían en la calesa
del primero rumbo a la residencia de los Hale, Edward había convenido a su
amigo de la conveniencia de que invitara a su prometida ―y por supuesto a la
amiga de esta, para que oficiara de carabina― a un día de campo en los terrenos
aledaños a su mansión. Los resquicios del invierno aun se dejaban sentir como
una suave brisa, pero aquello no sería un inconveniente para que las jovencitas
disfrutaran de la fauna local que comenzaba ya a despertar de su sueño invernal.
Y mucho menos seria un inconveniente para los planes de Edward. No es que
fuera un desalmado o algo por el estilo, jugando así con los nervios de la
señorita Swan. Él sabía que no le era indiferente ―lo había comprobado con el
beso que habían compartido la noche anterior―, pero deseaba averiguar cuáles
eran los sentimientos que la joven guardaba hacia él. Podría ser poderoso,
tener todo al alcance de su mano… pero no quería tenerla solo por capricho.
Quería tenerla solo si ella lo quería así.
Para conveniencia de los planes del vizconde, quien fue incapaz de contener
su gozo, Isabella se encontraba ya en casa de los Hale haciendo una visita a
Rosalie. Esta de más decir que la rubia sucumbió de inmediato a la deliciosa
idea de tomar una merienda campestre en los terrenos de Masen, motivo por lo
cual, tan solo veinte minutos después de su arribo a la residencia, salían en
la calesa Emmett y su prometida y Edward y una visiblemente incomoda Isabella.
No podía creer que tuviera tanta mala suerte como para encontrarse
nuevamente con el vizconde Masen en tan corto periodo de tiempo, sabía que
Hampshire era una localidad relativamente pequeña, pero habían más vecinos en
los alrededores con los que él podría frecuentar ¿Por qué precisamente debía ir
a la residencia Hale? Tal vez porque su amigo e invitado es el prometido de
Rosalie, le respondió su mente y ella bufó ganándose una mirada de extrañeza
del noble en cuestión.
Él la ponía nerviosa y al parecer disfrutaba de aquello. Pues había
decidido ceder amablemente las riendas de la calesa en deferencia a Emmett,
quien iba sentado junto a Rosalie, quien era toda dicha entre risas jubilosas,
en el asiento delantero y había tomado asiento junto a ella en la parte de
atrás. Intimidándola con su sola presencia.
No podía evitarlo, era una fuerza más poderosa que ella. Cada vez que,
debido a los inconvenientes del camino, alguna zona de su cuerpo hacia
interacción con el costado de Edward sentía como una descarga de estática se
apoderara de su cuerpo, estremeciéndola por completo.
Aun podía paladear el sabor de los labios de ese hombre en su boca. Y
debía admitir, muy a su pesar, que estaba deseosa de comprobar si estos eran
tan dulces como los recordaba.
Dirigió la mirada hacia un costado del camino, donde la arboleda se
comenzaba a hacer más verde y profusa. Verde
como sus ojos. La castaña sacudió la cabeza intentando alejar de ella
cualquier pensamiento referente al hombre que iba a su lado.
Emmett detuvo la calesa a indicación de Edward en un claro particularmente
lozano, los abetos que lo rodeaban permitían capear la brisa que había
comenzado a levantarse pero aun así, permitían que la escasa calidez solar les
llegara con comodidad.
El señor McCarthy ayudo a descender a su prometida que de inmediato avanzo
hasta el centro del lugar. El vizconde extendió su mano para ayudar a Isabella a
bajar de la calesa, ella la tomo no sin cierta reticencia. ¡Como lamento en
aquellos momentos no haber pedido a Rosalie un par de guantes prestados! El
contacto de su piel con la cálida palma de Edward produjo en su cuerpo
sensaciones muy similares a las de la noche anterior, deseo… deseo cosas que se
sentiría incapaz de pronunciar en voz alta alguna vez, cosas, que hicieron que
sus mejillas se tiñeran de carmín.
Edward simplemente sonrió de medio lado consciente de lo que había
provocado en la jovencita.
Bajaron las cestas que habían preparado con comida al igual que algunas
mantas y las dispusieron en una zona de hierba seca. Rosalie, siguiendo las
normas del decoro, se sentó lo más próxima a su amiga pero aun asi mantuvo sus
ojos azules fijos en cada uno de los movimientos de su prometido mientras
hablaba con Isabella.
Un pensamiento sumamente nostálgico invadió la mente de la castaña en
aquel momento, mientras oía a la señorita Hale hablar sobre los hermosos
encajes que había encargado su padre a Londres para su ajuar de bodas. Cuando
Rosalie contrajera nupcias ―dentro de dos semanas― ella sería la única soltera;
estaría sola. Alice y Rosalie, por recato, la marginarían de sus conversaciones
con mayor frecuencia, hablarían de sus esposos, la economía domestica y cuando
llegara el tiempo, se verían consumidas por la maternidad y posteriormente la
crianza. ¿Y ella? tembló al notar la mirada de lord Masen fija en ella, sus
ojos verdes la miraban de una forma que la hacía sentir sumamente insegura,
tomo un sorbo del té que le habían servido. Si lord Masen se cobraba el favor
que le había hecho devolviéndole las propiedades de su padre, ella estaría
condenada a la soltería.
Estaría sucia, deshonrada y ningún hombre respetable
querría tomarla por esposa.
Sintió que le faltaba el aire, pero reprimió cualquier signo notorio de
esto buscando no alterar a sus acompañantes.
―Por favor, Isabella―le pidió su amiga en un aparte minutos después―,
Emmett y yo solo vamos a caminar por los alrededores. No hemos podido hablar a
solas desde que volví de Londres ¿podrías hacerme el favor de no comentarlo con
nadie cuando regresemos?
La muchacha se sorprendió del pedido de su amiga, la verdad, no tenía
inconveniente alguno en cubrirla. Aquello no era problema, lo problemático era
quedarse a solas con Masen, quien en aquellos instantes se encontraba de
espaldas a ella a unos pocos metros de distancia admirando la naturaleza.
―No hay problema, Rosalie―le respondió con suavidad―, mis labios están
sellados.
Su amiga sonrió en agradecimiento y se puso en pie para encontrarse con su
prometido. Un suspiro escapo de los labios de la castaña al ver el rostro de su amiga
de toda la vida iluminado al mirar al hombre que era el dueño de todos y cada
uno de sus pensamientos.
―Un chelín por tus pensamientos―se dejo oír a sus espaldas y Bella se
sobresalto sin poder evitarlo.
―Lord Masen―dijo en tono de reproche. Era demasiado consciente de la
posición que ocupaba el duque a sus espaldas. Tembló, pero como siempre, no a
causa del miedo.
―¿Cómo se encuentra, señorita Swan?
―No venga a utilizar conmigo esa fingida indiferencia, lord Masen, dígame
de una vez que es lo que quiere―le espetó desafiante, la barbilla en alto, los
ojos relampagueantes.
Edward no pudo evitar sonreír de medio lado.
―Simplemente quería charlar con usted, no comprendo por qué se comporta
tan a la defensiva conmigo―una de sus manos se alzo y capturo uno de los
mechones castaños de la joven que inconvenientemente había escapado de su
peineta, inspecciono las facetas cambiantes de su cabello a la luz del sol,
haciendo que Isabella contuviera la respiración. Un suspiro indiscreto escapo
de sus labios cuando Edward puso el mechón tras su oreja con el tacto tan suave
como el toque de una mariposa―, Isabella…
―¿Será porque usted se ha autodenominado mi dueño y yo soy una defensora
del abolicionismo, milord? ―inquirió con ironía.
―Veo que es una muchacha interesada en la política, señorita Swan.
―Que no se requiera mi opinión en ciertos temas no implica que no la
tenga, mi lord.
Él volvió a sonreír.
―Puede llamarme Edward, Isabella.
―Preferiría que nos ciñéramos al protocolo en lo posible, mi lord―le dijo
con la mayor indiferencia posible―, no olvido el hecho que usted se ha cobrado
el derecho a poseerme, pero aquello no implica que no se me permita mantener un
mínimo de decoro en nuestro trato.
―Ayer no se sentía muy inclinada a mantener el decoro, señorita
Swan―susurró él acercándose peligrosamente a su oído, exhalo su aliento cálido
contra él haciendo que los vellos de la nuca se le erizaran.
―¿Qué es lo que pretende, lord Masen? ―le preguntó, la irritación patente
en su voz―. Usted está tramando algo más ¿no es así? Dígame, milord ¿Cuál es
su juego?
―Eso, mi inteligente Isabella―respondió él acercando su rostro de
elegantes facciones peligrosamente al de la muchacha―, deberá averiguarlo usted
sola…
Y al decir estas palabras, se levanto con una agilidad innata y se puso a
caminar hacia la linde de la arboleda. Bella no pudo evitar que sus ojos se
concentraran en su ancha espalda perdiéndose en la lejanía mientras su mente
buscaba comprender que era lo que pretendía lord Masen.
¿Qué era lo que pasaba por la mente de aquel descarado seductor?
1 comentarios:
Me encanta esta historia, hace mucho la lei, y cuando queria volver a leerla no estaba en fanfiction.
ahora que la encontre te digo que me encanta ya que fue una de las historias que comence a leer cuando descubri los el mundo de los fic!
Es realmente emocionante y Hermosa tu Historia.
Ojala Sigas subiendo los capitulos que vienen despues de este!
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