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Volver a encontrarnos
Habían pasado cerca de dos meses desde que el vizconde de Masen le devolviera
el título de propiedad a Charles Swan, quien aun no podía comprender los
motivos que el poderoso lord tuvo para hacerlo, se comprometió a pagarle todo
el dinero que le adeudaba, pero el duque le dijo que aquello no era necesario,
que la deuda había sido saldada, cuando el hombre se aventuro a preguntarle
cómo era posible aquello, Edward se limito a sonreír de medio lado e ir rumbo a
la puerta para retirarse.
Edward subió al caballo que lo esperaba a las afuera de la casa de los
Swan, y le dedico a Isabella, que en aquel instante se encontraba dibujando las
flores del jardín de la casa, una sonrisa que ella jamás olvidaría. Una sonrisa
llena de deseos y de promesas por cumplir, el estomago de la chica se contrajo
pero no de terror.
Esa fue la última vez que lo vio.
Después de haber devuelto las propiedades el vizconde decidió irse a
la ciudad a pasar el invierno, e Isabella no tuvo más noticias de él que las
breves notas en que era mencionado de tanto en tanto en el periódico que
llegaba de Londres cada mañana.
La muchacha no entendía lo que sucedía, aquella noche, dos meses atrás,
las intenciones del vizconde de cobrarse aquel favor con su cuerpo habían estado
más claras que el agua para ella, pero ahora, todo eso le parecía simplemente
una locura. Si aquello era lo que ese hombre deseaba ¿Por qué no simplemente la
había poseído en su estudio?
Tal vez solo tuviste
una impresión equivocada de su comportamiento, se dijo mientras peinaba su
cabello frente a su tocador de madera blanca. Siendo sinceros ¿Por qué un
hombre tan guapo y poderoso como el vizconde Masen iba a quererla a ella? Si, han de haber sido imaginaciones tuyas,
se repitió mientras miraba con aprensión el vestido que la sirvienta había
preparado para ella aquella noche.
Aquella noche sus vecinos más cercanos, los Hale celebrarían una pequeña
cena para festejar el compromiso de su hija mayor, la bella Rosalie, con un
importante señor del condado vecino, un tal señor McCarthy del que se rumoreaba
poseía una renta anual de cerca de seis mil libras al año. A la castaña no le
agradaba mucho la idea de ir a aquella cena, desde que su madre se había
enterado del compromiso de Rosalie, había estado más que impaciente por que
algo similar le ocurriera a Isabella. Y esto era justamente lo que Bella
deseaba evitar, acababa de cumplir los diecisiete años hacia un mes, casarse no
era algo que estuviera en sus planes. Aunque sabía que era algo inevitable,
tarde o temprano su destino se resumiría a una palabra y aquella era
matrimonio.
Nunca antes se había sentido atraída por ninguno de los hombres que
frecuentaban su círculo social, todos eran o demasiado insulsos, o muy viejos,
o faltos de carácter o con exceso de él. Ningún hombre le había llamado nunca
la atención… hasta que lord Masen decidió arrendar la gran propiedad del otro
lado del bosque.
Sacudió la cabeza, sentirse atraída por hombre que había dejado en claro
sus deseos por deshonrarla no era una actitud demasiado racional.
Pero aun así, se dijo mientras acomodaba unas horquillas a sus risos
castaños, había algo en lord Masen ―¿sería su forma de mirarla o la forma en
que se curvaron sus labios cuando dijo su nombre? ―, que hacía que sintiera
como si un ejército de mariposas hubiera formado filas en su estomago y un
cosquilleo le recorriera la piel y sus mejillas ardieran sin control.
―¿Isabella, ya estas lista? ―inquirió su madre asomándose al umbral de la
puerta.
―Sí, madre, enseguida bajo―le respondió mientras iba hasta su armario y
tomaba su pelliza color crema, también tomo un par de guantes para proteger sus
manos del frio, los rescoldos del invierno aun hacían de las suyas entrada la
noche.
La señora Swan estimo necesario usar aquella noche el carruaje de la casa
aun cuando tan solo la calesa habría sido necesaria para cubrir la distancia
entre la casa y la residencia de los Hale, pero la señora Swan odiaba verse
disminuida frente a sus amistades, y llegar en calesa definitivamente no estaba
a su altura.
Ninguno de los Swan intercambio palabra en el trayecto hacia la casa de
los Hale, Isabella se dedico a mirar por la ventana el paisaje nocturno frente
a sus ojos y Reneé se contando las cuentas de su pulsera. Charles simplemente
se limito a consultar cada escasos minutos su reloj de bolsillo.
La casa de los Hale era tan grande como la de los Swan, un jardín
perfectamente cuidado precedía la entrada a la casa de dos pisos de ladrillos
rojizos. La familia descendió de su carruaje ayudada por el cochero y se
dirigió hacia la puerta de entrada, fueron invitados a entrar de inmediato. En
el salón además de los anfitriones se encontraba el prometido de la señorita
Rosalie, al cual Isabella reconoció de inmediato pues su amiga se lo había
descrito en un sinnúmero de ocasiones, y aun cuando el amor la había hecho
exagerar en parte sus cualidades, la castaña no demoro en constatar que el
señor McCarthy era un hombre encantador al cual tendría el gusto de contar
entre sus amistades. Pero alguien más estaba en aquel salón y a Isabella se le
apretó el estomago y se le erizo la piel al verlo, justo cuando el alejaba una
copa de brandy de sus labios finos.
La muchacha deseo que fueran sus labios los que tocaran los de él y no
aquella copa, pero se reprendió mentalmente por aquellos pensamientos tan poco
decorosos. Lord Masen le dedico una sonrisa llena de significados ocultos en
cuanto la descubrió con la vista fija en él, iba a acercarse para hablar con
ella, estaba segura, pero en aquel instante, la rubia Rosalie se acercó a ella
y acaparo toda su atención hasta que llamaron para servir la cena.
Dependiendo del punto de vista que se viera Isabella había sido
beneficiada con su ubicación en la mesa ―según su madre―, según la propia
muchacha, el destino era perverso, pues acabo justo al lado del impertinente
vizconde Masen. Él le dedico otra sonrisa ―¿acaso no iba a decirle nada, solo
sonreiría? ― mientras le retiraba la silla caballerosamente para que tomara
asiento. Sus dedos finos rosaron con recatada impertinencia su esbelto cuello y
un escalofrío le recorrió la columna vertebral.
Para cuando sirvieron el primer platillo las manos de Isabella se
encontraban sudorosas y apenas fue capaz de seleccionar el cubierto apropiado,
sentía los ojos de Masen fijos en ella, en cada uno de sus movimientos, aun
cuando este pareciera prestar mayor atención a cualquiera de los comensales más
que a ella.
¿Qué hacia él allí?, se pregunto mientras se llevaba un bocado a la boca,
él debería estar en Londres, o tal vez en Bath, en cualquier lugar pero no
allí.
El tenedor se detuvo a medio camino de su boca cuando sintió como una
fuerte mano se posaba en su rodilla cubierta por la suave tela de la muselina
de su vestido. La mano se quedo quieta unos instantes antes de comenzar a
describir círculos imprecisos por sobre el vestido, ascendiendo peligrosamente
y bajando otra vez. Isabella soltó el aire atrayendo las miradas de todos sobre
ella, se sonrojo y fingió haberse atorado con una de las alcaparras del
platillo.
Las caricias se reanudaron escasos segundos después.
La cena de seis platos fue todo un reto para los nervios de la joven,
cuando al fin esta acabo y las damas se retiraron al saloncito para tomar un té
y algunos panecillos antes de reunirse nuevamente con los caballeros pudo
respirar aliviada. Había escapado de Masen al menos por unos minutos.
―¿Te sientes bien, Bella? ―inquirió Rosalie tomándola del brazo para
hacerla sentarse junto a ella en uno de los silloncitos de damasco. La muchacha
simplemente asintió―. Tus mejillas están demasiado rojas…―insistió.
―Simplemente tengo un poco de calor―se disculpo abanicándose con una mano.
―Debes ser la única en todo Hampshire que siente calor cuando apenas y
acaba el invierno―ella simplemente sonrió medio avergonzada―. Y bien ¿me diras
tu opinión sobre el señor McCarthy? ―inquirió tomando una taza de té de la mesita
para su amiga, Isabella la acepto, tomo un sorbo de la infusión antes de
responder.
―Parece un caballero sumamente agradable, amiga, estoy feliz de tu
elección.
―Yo también, no puedes imaginar lo dichosa que estoy, Bella. El señor
McCarthy es todo lo que había deseado, es encantador, educado y muy culto,
amable y refinado―suspiró aumentando más aun su actitud soñadora―, hubiera
deseado que aceptaras la invitación de Alice de ir a Londres, tal vez tú
también hubieses encontrado un marido de haber ido.
Isabella sonrió nuevamente con un deje de timidez, la principal razón de
que no hubiera aceptado la invitación de la esposa del coronel Whitlock se
encontraba ahora mismo a un pasillo de distancia disfrutando de seguro de
brandy y unos buenos cigarrillos.
―No estoy interesada en conseguir un marido―se defendió.
―Pues deberías estarlo amiga, a no ser que quieras que tu madre se
encargue de buscarte un candidato.
Las muchachas se estremecieron ante la idea. Reneé se regiría por la renta
del candidato y no tendría en cuenta jamás la conveniencia o no de la unión,
simplemente, vería el número de libras anuales que poseyera el interesado. Y
entre más, muchísimo mejor.
Si fuera por ella, ya
estaría casada con Masen, pensó y se regaño a si misma por que la idea no le
desagrado. En absoluto.
Al cabo de unos minutos, la señora Hale anuncio que ya era hora de que se
reunieran con los demás en el gran salón y se dirigieron hacia allí.
De inmediato, los músicos locales contratados por el señor Hale comenzaron
a tocar y Rosalie fue sacada por su prometido a la improvisada pista en medio
del salón al igual que unas cuantas parejas más, Isabella se fue escabullendo
de la multitud hasta apoyarse en la pared mas apartada del salón. Detestaba los
bailes con todo su corazón desde que había descubierto que poseía dos pies
izquierdos y un pésimo sentido de la coordinación.
―¿Ocultándose de alguien, señorita Swan? ―inquirió una voz masculina con
sorna e Isabella se sorprendió de reconocerla aun cuando hubieran pasado dos
meses desde la última vez que la oyó.
―Lord Masen―dijo a modo de saludo con una leve inclinación de cabeza que
él respondió con otra―, lo hacía en Londres por lo menos hasta más entrada la
temporada.
―No podía rehuir la invitación de mi mejor amigo―le respondió este.
―¿Usted es amigo del señor McCarthy?
―De toda la vida, puede adivinar mi grado de sorpresa cuando me confesó
estar enamorado de la señorita Hale, pensar que yo había frecuentado su
compañía desde hacía meses y ahora, pronto pasara a ser la mujer de mi mejor
amigo―había algo sospechoso en su tono de voz, pero ella no descubrió que.
―¿Acaso usted… desaprueba la unión? ―se atrevió a preguntar.
―Oh no, por supuesto que no―dijo fingiendo cierto grado de ofensa―, no soy
nadie para estimar o no las decisiones de mis amigos. Simplemente, fue
sorpresivo. Aunque supongo que de un modo―se ubico al lado de la joven y le
indico con la mano que sostenía una copa a la pareja que en aquel instante
giraba por la pista―, u otro ese par iba a acabar junto. Iba a invitar a
McCarthy a pasar una temporada conmigo cuando él me anuncio su compromiso.
―¿Está sugiriendo que… todo esto es obra del destino?
―¿Acaso no cree usted en el destino, señorita Swan? ―inquirió él
sosteniéndole la mirada, ella deseo que la hubiera llamado Isabella―, ¿no cree
acaso que fue el destino el que la llevo aquella noche a intentar asaltar mi
residencia? ―el rubor invadió sus mejillas.
―¿Qué quiere decir con eso?
―Nada o todo, depende del punto de vista del que lo mire―ella lo observo
desconcertada, Edward dejo la copa vacía en una de las mesitas allí dispuesta―,
ahora señorita Swan ¿me concedería el honor de la siguiente pieza? ―inquirió
estirando su mano hacia ella.
No deseaba particularmente bailar ―y hacer el ridículo frente a sus
amistades una vez más― pero sabía que tampoco podía rechazar la oferta de
Masen, a fin de cuentas, estaba obligada a hacer lo que él quisiera, todo por
recuperar lo que su padre había perdido durante una estúpida apuesta.
Tomo su mano y fueron a dirigirse con el resto de las parejas, se ubicaron
junto a Emmett y Rosalie. Los músicos tocaron los primeros acordes de la
canción y las parejas volvieron a la vida girando sobre sus propios ejes antes
de reunirse al centro, Edward enrollo su brazo con el de Isabella para girar hacia
la izquierda, y después a la derecha. La música siguió avanzando y ellos
siguieron danzando sin pronunciar una palabra, para cuando el baile tocaba a su
fin, él le susurro algo al oído sin que nadie más lo notara.
La muchacha se quedo
congelada durante unos instantes antes de recordar que la música había acabado,
cuando despertó alcanzo a ver como la ancha espalda de Edward Masen abandonaba
el salón.
2 comentarios:
Ohh Dios que hombre tan confianzudo, acariciarla bajo la mesa, tremendo, que le susurro??
Secreto, secreto... jejeje
¡Gracias por leer!
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